jueves, 30 de julio de 2009

un pequeño cuento

Carlitos buena muerte.

No paro de llover durante tres días, pareciera que el cielo supiera de la tristeza de mi madre, su ahijado llevaba ocho días que no sabían de él, hasta la mañana fría en que Reinaldo trajera la noticia triste del hallazgo del cuerpo en medio del basurero central.
Todos asistimos al entierro de aquel cuerpo o mejor al sumergimiento de aquel cuerpo en la fosa anegada del cementerio universal, las lagrimas confundieronse con la lluvia, todos los vestidos negros fueron humedecidos al igual que la tierra y las otras tumbas olvidadas, las viejecillas que a todo entierro asistían, reflejaron en sus rostros, tristeza que nunca antes habíamos visto, fue rápido todo, hasta la señal de la cruz que hiciera el sacerdote; todos estábamos de acuerdo, aquella vida de desgracia era mejor que partiera pronto al mundo de los muertos. Nos refugiamos en las bóvedas de los NN, las únicas que estaban al resguardo de la inclemencias del tiempo, pensé en ese momento que solo guardaban aquellos restos con la idea de hacer feliz a alguien con el hallazgo del cuerpo difunto de su familiar, era un espacio extraño en medio de aquel paisaje cubierto por los matorrales y el olvido que solo dejaban ver cruces blancas y a medio destruir; nos marchamos al amainar la lluvia que no se detuvo, el silencio de mi madre era mayor que el de Beatriz la madre de Carlos, no se por qué vi en su rostro un aire de complacencia que aun recuerdo, tomamos un café al llegar a casa y las dos se internaron en el cuarto de Lina; siempre me he preguntado sobre qué dialogaban, hasta llegue a pensar por algún tiempo que la madre de Carlos lo había asesinado; nunca más se habló de él, quedó en mi recuerdo la fosa llena de agua y el ataúd sumergiéndose, las caras entristecidas de la mujeres y el silencio de mi madre.

Por: John Del Río. M.

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