sábado, 25 de julio de 2009

Un escrito

Simeón y su amor a la huesuda.

Me llaman Simeón y estoy aquí sentado en este viejo sillón, contemplo las tardes frías que tanto me gustan, todos se han ido con la de siempre, la que desde que abrimos por primera ves los ojos al mundo nos prometió fidelidad. Tengo un perro viejo como yo, apenas si desplazamos nuestros pesados cuerpos, prefiero dormir en los recuerdos que pasear mi inútil existencia enferma y estorbosa. Esto no es más que el recuento de lo que suele ser un día de estas dos soledades fantasmales en este cuarto mohoso y frio. Despierto a eso de las tres de la madrugada volteo mi cuerpo varias veces hasta que la dura cama me hace levantar después de entumecerme la espalda o uno de mis costados, voy al baño a desaguar los líquidos que en la noche se han retenido, de regreso a mi cama enciendo la estufa para calentar un café, esto demora poco, bebo el café mientras miro atreves de la ventana y veo pasar a los primeros hombres y mujeres que se dirigen a lo que imagino deben ser sus trabajos, a veces pienso que también pasan ladrones o amantes que deben salir de sus refugios antes que el sol los delate, regreso con mis pasos arrastrando hasta el borde de la cama y comienzo a rememorar sensaciones pasadas; hoy por ejemplo recordé la mañana en que me bañaba en el río con mi amigo Carlos el día aquel en que nos fugamos de la escuela y de las aburridas clases de don Lorenzo, cualquiera podrá decirme que es inútil pensar que las sensaciones se repiten en nuestro cuerpo luego de tantos años, pero no se si ocurrirá a todos como a mi que me aventuro al pasado llevado por ellas, siento sobre esa piel de niño el sol calentarme y en la espalda la dura sensación de la roca arenisca en que me hallaba recostado, no se por que este recuerdo viene a mi con tanta frecuencia; quiero seguir con mi relato antes de que venga por mi la huesuda; retorno a la cocina a cambiar el agua de mi perro Danto, parece que el ya sabe que sucederá y se reincorpora sobre sus cuatro patas para esperar que deposite el recipiente en el piso y comenzar a beber con su lengua tan grande que en pocos segundos lo deja a medias, me mira para que le abra la puerta y lo deje salir al jardín que está enfrente del cuarto, no demora mucho, regreso a la cama es como si ya todo en mi deseara estar eternamente horizontal, trato de dormir de nuevo, con la inútil certeza de que todo será en vano, apenas si logro sentir a Morfeo cuando ya la eterna sensación del hambre me devuelve a la realidad, no como mucho por estos días, he decidido no hacer resistencia a la inevitable muerte que se me anuncio en el sueño hace algunos meses, un pan con café como para catalizar mis estados de debilidad que ya disfruto tanto y a los que me había negado con tanto fervor años atrás cuando no aceptando mi muerte pensaba que podía paliar con visitas médicas y con bebidas aromatizantes o con infusiones de hierbas del brujo malo de la esquina. ya en estos menesteres son entradas las horas del medio día y saco mi sillón al portón para contemplar los afanes de quienes el hambre domina y eso otro que a mi ya no me sucede, el querer ver a quienes decimos y nos dicen que nos aman, veo en sus rostros la ansiedad de su dependencia y recuerdo al poeta que dice “ quien se atreve a estar solo sin que la necesidad de que lo amen le trunque su amor” inútilmente amare a Danto si espero de él una respuesta; hay un joven que por estos días se ha robado mi atención, lleva su mirada en el recuerdo, es enjuto y buen mozo, como decía mi abuela, yo aquí sentado puedo imaginarme todo lo que quiera de él, pero una cosa si se aprende a ver en los rostros humanos cuando pasan los años y la vida como a algo que arrastran te enseña la verdad, veo que el amor lo ha atravesado, además conversa solo como ensayando un diálogo, a estas horas va en dirección al norte afanado y ansioso, a eso de las dos y algo, lo veo venir con su rostro como derramado por la certeza del desamor, pareciera que va al sur a cargar de nuevo sus ánimos y regresar de nuevo mañana, de esto lleva ya cerca de dos meses, quisiera decirle algo pero yo ya estoy esperando a mi amada y los consejos de viejo siempre me han parecido como gritos en un lugar donde el eco los hace rebotar y más en cuestiones de amor, estas cosas solo las resuelven quienes por el amor están atravesados; miro sin ver el resto de todas las tardes que paso aquí sentado, me marcho a los recuerdos que ya no quiero ni contar, cuando la luz del nagual empieza a tocarlo todo, mi perro Danto soba mis piernas para que le de su comida, ingreso a la casa y le sirvo en su plato de latón la porción adecuada, pienso en la extraña manera en que el tiempo cambia los formas de hacerse vida, antes con el sonar de una sirena en la fabrica de calcetines, o la campana para la llamada de los feligreses, o el llanto de los niños que buscan el seno de su madre o la luna amarilla de los menguantes, ahora a mí el sobar de mi perro, y al joven el afán de su amada; pensaran ustedes que algo sensacional sucede a los viejos en las horas de la noche, y sí, eso de temer a no dormir se convierte en miedo, aunque yo no lo tendré más, solo en pocos minutos terminara todo al igual que con esta extraña manía de escribir lo que pasa, son ya las ocho y la huesuda quedo de venir a las ocho y tres minutos, solo ella es puntual, eso sí en su intemporalidad, quisiera poder seguir escribiendo, cosa que me agrada más que ser leído, pero no puedo faltarle a mi última enamorada, yo como el joven tengo prisa de ir al norte.
Por: John Del Río M.

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